“Un rastro de sangre en la nieve desde Madrid hasta Paris. ¿No te parece bello para una canción?
No tuvo tiempo de volver a pensarlo. En los suburbios de París, el dedo era un manantial incontenible, y ella sintió de veras que se le estaba yendo el alma por la herida.
“
No tuvo tiempo de volver a pensarlo. En los suburbios de París, el dedo era un manantial incontenible, y ella sintió de veras que se le estaba yendo el alma por la herida.
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La obra de Beth Moysés es al mismo tiempo múltiple y única, individual y colectiva. La artista, una de las raras brasileñas a enfrentarse al tabú de trabajar plásticamente con un drama de carácter social, desde la década de noventa realizó inúmeras entradas en el campo de la simbología femenina, más precisamente en la cuestión de la violencia de género, dando forma poética al inconformismo frente a la terrible y tan común situación de violencia doméstica.
En un primer momento, pasó a explorar el potencial visual y semántico de elementos como el vestido de novia, el velo, las rosas, la perla, la aguja o la línea, que funcionan como metáforas de la mitificación del amor romántico – según la artista una de las causas centrales de la violencia, física y sicológica, en contra la mujer. Luego dio un paso más allá y empezó a trabajar con esa terrible memoria común del sufrimiento, generando, con actuaciones públicas, una especie de purgación del dolor. Hay en esa producción una fuerte connotación autobiográfica. El clima de violencia entre los padres, vivido por la artista desde su niñez, sirvió como importante detonador(catalizador) de ese proceso investigativo.
Los lenguajes, formas y materiales explorados por Beth son bastante diversificados. Y, sin embargo, hay algo como un hilo invisible que conduce de un trabajo a otro, que conecta – como hizo Ariadne – el enfoque particular de la dominación a un contingente más amplio, y por eso menos controlado, en el cual se explicita e intenta reverter el perverso proceso de deshumanización de la mujer por parte de aquellos que la consideran su posesión. Es costumbre dividir su obra en dos grandes núcleos, uno de carácter colectivo y catártico y otro más expresivo e intimista. En el primero de ellos se sitúan las diversas presentaciones organizadas por la artista en diversas partes del mundo – empezando por una acción de 150 mujeres, casi todas, víctimas de violencia, vestidas de novias por la Av. Paulista, centro nervioso de São Paulo – así cómo sus registros en vídeo. Es sorprendentemente amplia la extensión geográfica de sus acciones, que ya ganaron versiones en diversos países, sobre todo en España, país en el cual no se verifica el mismo pudor en tratar de temas dramáticos que encontramos en el arte brasileña.
Para organizar esas intervenciones al rededor del mundo, Beth Moysés tiene el apoyo de diversas instituciones y centenas de mujeres en diferentes países, creando una red amplia de relaciones y de vínculos, que permiten la elaboración de los dramas personales por medio del actuar colectivo. Se destaca el carácter al mismo tiempo seco y teatral de esas acciones, que son al mismo tiempo expresión artística y elaboración síquica del trauma. Hay, sin embargo, otro grupo de trabajos desarrollados por Beth Moysés que pertenecen a un contexto intimista, más controlado y autónomo. En creaciones como el reciente “Trans-bordando”, el efecto depurador de la presentación da lugar a la rigurosa e íntima composición en el espacio do atelier.
Allí están presentes, con una rara sutileza y un más gran refinamiento estético, aspectos centrales de su poética. El vídeo también trabaja, pero de forma menos explícita, con el carácter colectivo de la cuestión de la mujer – equivocadamente tratada como un problema individual cuando en verdad se trata de una grave enfermedad social, sobre todo en un país como Brasil, que ocupa una triste posición en el ranking de países dónde ocurren mayor incidencia de violencia doméstica de hombres contra mujeres, solo superado por naciones africanas. Pero promueve además una reflexión sobre la potencia semántica de objetos (el dedal), atributos (el flujo, lacrimal o menstrual) y colores (rojo y blanco) normalmente femeninos. Agrupados en un dibujo sinuoso, que remite a la idea de mapa, los dedales plateados son acelerados por la lluvia, cuyo origen es desconocido y que rápidamente se hace torrencial. Esos recipientes, de una rara belleza plateada y que contiene gotas de sangre, son tomados por un líquido rubro, que se diluye en el agua, y oscilan de manera insegura. Intentan mantenerse firmes, pero la virulencia del agua, la fuerza del rojo, la intensidad del movimiento vertical los ahoga.
La escena remite al cuento “Mi Sangre Sobre la Nieve”, en el cual Gabriel García Márquez narra la historia de una joven que se desangra tras perforar el dedo en una rosa, que le regalan por su boda. El dedo es perforado por la espina (otra de las figuras-símbolo exploradas por Beth Moysés en trabajos como “Despontando Nós”), pero la herida, aunque parezca superficial, se revela más honda e incurable. Traduce la imposibilidad de cambio, desnudando tanto la artificialidad del sueño pequeño burgués del casamiento, como la impotencia del hombre frente a la madurez y de la vida amorosa frente los patrones impuestos por una sociedad pautada por el individualismo y por lazos sociales perversamente establecidos.
Maria Hirszman.
Periodista y crítica de artes.
Mestre en historia del arte por ECA-USP.